Por Centro Ararat
Ivette González Flores es una mujer que desborda fortaleza.
Diagnosticada con el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) en 1992, mientras estaba en su octavo mes de embarazo, su vida ha estado marcada por la lucha, no solo contra el virus, sino también contra el estigma y las barreras que el activismo presenta. En ese entonces, la vida para quienes recibían un diagnóstico positivo era incierta, los tratamientos eran limitados y la esperanza de vida se veía sombría.
Hoy, más de tres décadas después, Ivette no solo ha sobrevivido, sino que se ha convertido en una de las voces más poderosas en la defensa de los derechos de las personas con VIH en Puerto Rico.
Su vida está marcada por una mezcla de luchas personales, como el cuidado de su madre con Alzheimer y su hermano en estado crítico, y su dedicación incansable hacia la comunidad que vive con VIH en Puerto Rico. De hecho, recientemente fue reconocida en el Congreso de VIH de Puerto Rico, Lazos, por su trayectoria de 30 años como activista.
“El hecho de que haya este reconocimiento en este momento, pues es una confirmación y una renovación de energía para mí, de renovar y de que muchas cosas son posibles si trabajamos para que así sean”, reflexiona.
El tema del envejecimiento con VIH ha cobrado una relevancia particular en su vida en los últimos años, no solo porque ella misma está cerca de los 60, sino porque es parte de una generación que desafió las expectativas. “Vivir con VIH mientras envejecemos en estos tiempos, pues, es realmente un privilegio. Porque los que llevamos cerca a los 60 o que están sobre los 60, obvio que hubo un momento en que pensamos que no íbamos a estar”, reflexiona Ivette.
“A veces no importa con canas, sin canas, si tienes más arrugas, menos arrugas… estamos aquí, estamos vivos”. Para Ivette, la experiencia de envejecer con VIH es un campo lleno de desafíos particulares, especialmente porque el VIH a menudo acelera el proceso de envejecimiento. “Los datos dicen que una persona con VIH tiene de 7 a 10 años de envejecimiento prematuro, o sea, que envejecemos internamente más rápido que una persona que no tiene VIH”.
Uno de los grandes retos, explica Ivette, es que la comunidad médica aún está aprendiendo a manejar las necesidades de salud a largo plazo de los adultos mayores que viven con VIH. A pesar de los avances en el tratamiento, las personas mayores con VIH a menudo enfrentan barreras adicionales para acceder a una atención adecuada. “No es solo el VIH lo que estamos gestionando”, dice Ivette. “Es todo el paquete de envejecimiento, con sus dolores y complicaciones. Y no siempre es fácil encontrar médicos que comprendan esta combinación de factores”.
Además, el estigma asociado al VIH, aunque ha disminuido con el tiempo, sigue afectando a las personas mayores de manera única. Ivette recuerda cómo el rechazo fue una experiencia dolorosa que enfrentó desde el inicio de su diagnóstico: “Yo fui rechazada por uno de mis familiares a nivel de no querer que me tocaran. Fue fuerte, y yo podía entender que era falta de educación, pero eso no eliminaba el dolor que me causaba ese rechazo”. A lo largo de los años, ha visto cómo la educación ha hecho una diferencia significativa, pero reconoce que aún queda mucho por hacer. “Puedes ver que a través de los años… muchas cosas han cambiado, pero no se ha erradicado. A pesar de toda la educación que hemos hecho, porque hay una parte en el estigma que va más allá de la educación y que tiene que ver con la calidad humana nuestra”.
Ivette no solo ha sido una líder dentro de la comunidad de personas que viven con VIH, sino también una educadora. “Yo creo que ser educadora es parte del activismo”, comenta. “Porque de lo contrario no te sirve. Un activista sin educación no puede llegar a ningún lado, porque nuestra herramienta principal es precisamente la educación”.
Recientemente, ha centrado su atención en la comunidad de adultos mayores con VIH, un grupo que ha crecido con el tiempo a medida que los tratamientos han mejorado. A sus 56 años, Ivette es parte de ese grupo y ha visto cómo el envejecimiento trae consigo una serie de desafíos físicos y emocionales.
“Hacemos actividades, y la mayoría somos 50 plus, de más de 50, y comenzamos a hablar de los achaques, de los procesos de envejecimiento, de los cambios hormonales, principalmente las mujeres… y entonces uno poder discernir entre ¿qué es por VIH? ¿Qué es porque estoy envejeciendo?”.
A pesar de los desafíos personales y las luchas diarias, Ivette sigue comprometida con su misión. Como fundadora y presidenta de la Asamblea Permanente de Personas Afectadas por el VIH (APPIA), sigue trabajando para mejorar el acceso a los medicamentos y educar a los nuevos líderes gubernamentales sobre la importancia del tratamiento continuo. Puerto Rico comenzará un nuevo gobierno en enero de 2025. “Cada cuatro años tenemos que empezar de nuevo”, dice con una sonrisa. “Pero eso es parte del trabajo. Si no lo hacemos, ¿quién lo hará?”.
Ivette González es una mujer que ha encontrado fuerza en sus batallas, no es solo un testimonio del poder de los avances médicos, sino también de la resiliencia humana. “Bendito sea el envejecimiento”, dice mientras llora y ríe al mismo tiempo. “¡Nunca pensé que llegaría a esta edad! Y a pesar de las canas, las arrugas y los dolores, estoy viva. He visto crecer a mis hijos y ahora veo crecer a mis nietos. Así que soy dichosa. Soy dichosa. Eso me da mucha felicidad. A pesar de los subidas y bajas de la vida, tengo vida”.
Ivette es parte de una generación que no sólo sobrevivió a una pandemia que devastó a su comunidad, sino que ahora navega por los desafíos de envejecer con una condición crónica. “El hecho de que estemos aquí, de que sigamos luchando, es un recordatorio de lo lejos que hemos llegado”, reflexiona. “La vida no ha sido fácil, pero vivirla ha sido un regalo”.